Había leído que la mejor forma de olvidar a una mujer era convertirla en literatura y le hubiese gustado que el precepto fuese de aplicación universal y, ante todo, eficaz. Escuchó pasar un segundo en el reloj y sintió volver a la realidad, con un movimiento de cabeza tal como quien escucha de repente el final de algo cuyo principio y trama ignoró enteramente.
Pero si ella olvidaba tan fácilmente todo. Si ella no podía recordar un nombre 15 veces repetido; una dirección, un teléfono; una patente, una fecha. Si ella no podía retener un nombre, cómo podía tener un mapa tan exacto de todo aquello. Cómo podía estar sentada allí, repasando mentalmente cada gesto, palabra y frase. Cómo podía esa memoria ser tan inoportuna. Cómo. Cómo. Cómo.